La palanca es un instrumento, normalmente de metal, la cual, apoyada sobre un punto, se utiliza para levantar un peso con uno de sus extremos mientras hacemos fuerza sobre el punto opuesto. Seguro que muchos de nosotros la hemos utilizado para, por ejemplo, abrir una puerta que se encontraba bloqueada aunque, por desgracia, muchos ladrones también lo han empleado para forzar puertas y ventanas.
Pues bien, en economía también existan sus propias palancas que, como en la vida real, tienen usos que ayudan a abrir ciertas puertas pero que también pueden causar problemas si no se utilizan de manera adecuada. En concreto, el apalancamiento financiero, que así es como se llama este proceso, es la opción por la que se decantan numerosos inversores a la hora de acometer sus operaciones financieras.
El apalancamiento financiero es un término muy sencillo de entender. Consiste en financiar una inversión mediante recursos ajenos (deuda) en vez de financiarla mediante recursos propios únicamente. Es decir, en lugar de tener que aportar todo el capital de nuestro bolsillo, el inversor realizará una pequeña o nula aportación y financiará el resto de la operación con deuda.
La principal razón para utilizar esta fórmula de financiación de inversiones es la posibilidad.
Si el rendimiento de una determinada operación financiada mediante recursos propios es inferior al capital desembolsado, únicamente habremos perdido ese capital inicial que hubiésemos desembolsado en primera instancia. Sin embargo, si utilizamos recursos ajenos (deuda) para financiar la misma inversión mediante, por ejemplo, la formalización de un préstamo procedente del banco, no solo tendremos que contabilizar la pérdida, sino que, además, tendremos que devolver el principal del préstamo al banco más los intereses. En definitiva, la pérdida potencial es mucho mayor.